Manifestación Por El Colectivo |
Por Rubén Darío Zapata
Aunque todavía no eran las nueve
de la mañana, la furia del sol azotaba inclemente todo bajo el cielo. En la
calle, la gente que no llevaba sombrilla caminaba deprisa, casi corriendo, como
si lloviera. Con todo y ello, un grupo de personas se había atrevido a desafiar
al Niño, al sol y a las autoridades y había organizado una barricada humana en
medio de la carretera, para impedir el paso de los carros. Eran los vecinos
recién llegados a la urbanización Amaneceres, ubicada en la ciudadela Nuevo
Occidente de Medellín, entre la estación Aurora del Metrocable y la
urbanización Cantares, al frente de Villa Suramericana.
Se
trata de una unidad de seis torres, con 400 apartamentos, de los cuales hasta
ahora solo hay ocupados unos setenta, a pesar de que la obra está terminada
hace ya casi un año. Esta es una muestra de las cien mil viviendas gratis que
prometió el gobierno de Santos. Muchas de las familias allí instaladas han sido
antes desplazadas del campo o han sufrido la violencia urbana y han tenido que desplazarse
internamente, de un barrio a otro. O son desplazadas por los nuevos proyectos
de embellecimiento de la ciudad. En todo caso, la mayoría carga con la marca de
la pobreza y la violencia que los han arrinconado.
En las
dos pancartas, improvisadas en cartulina, que enarbolaban los manifestantes,
exigían agua. Entre la algarabía, sobresalía el grito de una mujer indignada,
al frente de la manifestación. Su cara estaba enrojecida y sus ojos hinchados como
si ya hubiera llorado demasiado. Decía que ellos tenían niños, algunos recién
nacidos, y que también había ancianos. Que dejarlos sin agua era matarlos.
En
un santiamén llegaron dos motorizados de la Policía, pues la estación está
justo debajo de la estructura de la estación del Metrocable. Se bajaron y
observaron. Al ver que el grupo de personas era pequeño y muchos eran niños y adultos
mayores intentaron disolverlo a la fuerza. Pero se sorprendieron ante una
resistencia que no esperaban. Sobre todo, la señora que encabezaba la protesta
los enfrentó con decisión.
-Agárrenla
y métanla al calabozo -gritó un tipo adulto que pasaba para su apartamento en
Villa
Suramericana. No era un chiste imprudente, pues la voz era recia y salía de una
boca apretada y una cara fruncida. La mujer lo miró con ojos de leona herida y
el tipo se escabulló.
-De
aquí ustedes me sacan pero muerta -espetó a los policías.
-Pero
¿por qué no entienden que es un racionamiento que nos toca a todos? -gritó una señora
desde el balcón de su apartamento-. No puede ser que ahora quieran pelear por
todo.
La
misma señora corrió hacia el prado, debajo del balcón de la que había
increpado, y empezó a gritar para que todos escucharan:
-Para
ustedes hay racionamiento -dijo-. Apenas les quitaron el agua ayer en la tarde
y esta madrugada se la pusieron. Pero nosotros ya llevamos más de seis días sin
agua. Si no hubiera sido por el Padre de la parroquia que nos ha socorrido, no
sé qué hubiera pasado. Pero él ya no nos puede dar más agua, somos muchas
familias, y además a quien le corresponde es a EPM (Empresas Públicas de
Medellín).
Otros
de los manifestantes empezaron a explicarles a las autoridades la injusticia de
la situación. Según ellos, cuando llegaron a la Unidad, EPM les instaló todos
los servicios. Pero al poco tiempo les quitó el agua. Entonces empezaron a llamar
y lo que les contestaron fue que EPM no tenía nada que ver con el asunto porque
ellos no estaban pagando.
-Pero
eso es absurdo - increpaban ellos-. Sí el más viejo de estar aquí no tiene un
mes. A nadie le ha llegado siquiera la factura.
A
pesar de la coherencia del reclamo, esa misma respuesta absurda fue la única
que recibieron siempre que llamaron. Hasta que no pudieron más y se lanzaron a
la calle para hacerse escuchar de otra manera.
También por la educación
Las arengas también clamaban por el derecho a la educación de los hijos.
-Es
que ahora no nos quieren recibir a nuestros hijos en el colegio -explicaba uno
de los manifestantes.
Y
eso suena un poco paradójico. Pues al lado de la urbanización Cantares se ha construido
un megacolegio que debe empezar a funcionar este año, por lo tanto no se
explica que los recién llegados no encuentren ya cupo para sus hijos.
-Dicen
que no nos los pueden recibir -insistía la voz anterior- porque nosotros no
hicimos la preinscripción. Pero nosotros no sabíamos eso. Y aunque lo
hubiéramos sabido, lo que no podíamos predecir era cuándo nos iban a entregar el
apartamento, pues aunque estaban terminados hacía mucho rato nadie se movía a
entregarlos ni nos daban razones de por qué mantenían los apartamentos
desocupados.
¿Un periodo de prueba?
El
grupo que realizó la protesta siempre fue pequeño, aunque se mantuvo en la
calle casi dos horas. Ello podría explicarse en parte porque todavía son pocas
las familias que habitan esta nueva unidad y muchos de sus integrantes, a pesar
de la falta de agua, tuvieron que salir a trabajar. Pero también porque sobre
estas familias pesa una amenaza latente que, indirectamente, las inhibe para
cualquier movilización.
Ninguna
de ellas tiene escrituras de sus apartamentos, pues el gobierno se inventó una
especie de periodo de prueba para adjudicarlos definitivamente. Este periodo
dura seis meses, durante los cuales sus beneficiarios deben mostrar un correcto
comportamiento, respeto por las reglas de convivencia y otros tantos requisitos
no necesariamente explícitos, que quedan a juicio de los adjudicadores.
-Incluso
atrasarse demasiado en el pago de los servicios públicos puede ser un problema
en
este periodo de prueba -comenta uno de los señores presentes en la protesta.
Si
durante estos seis meses la familia viola alguno de esos requisitos, el
gobierno puede revertir la decisión y quitarles el apartamento.
-Ya
en otra unidad de Robledo el gobierno lo aplicó a 200 familias porque no
pasaron este periodo de prueba.
Tal
vez lo peor del asunto es que la gente ha recibido este abuso de autoridad como
si fuera normal. La protesta misma no impugnaba esta actitud arbitraria del
gobierno, que pone como requisito de la asistencia social el sometimiento de
los beneficiarios.
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