Fotograma de video publicado en Facebook. |
Crónica del desalojo
de asaderos en los bajos de la estación Hospital del Metro de Medellín el 29 de
octubre de 2016. Silencio de la prensa local.
El humo se escabulle por el túnel que se forma entre las
sillas, las mesas y los extensos plásticos que hacen las veces de techo para
clientes y trabajadores. El ancho de los fogones de carbón, ubicados a lo largo
del bordo de la acera, solo da para que una o dos personas trabajen al tiempo.
En ellos son azadas carnes, arepas y chorizos. Quienes trabajan conversan
jacarandosamente. En las mesas hay varias parejas y algunos grupos de personas.
Taxis y vehículos particulares hacen un alto y en dos o tres minutos compran
cualquiera de los productos previamente empacados. La dinámica es ya parte del
imaginario de la ciudad.
Por Señales de Humo
−Vecina regáleme una arepa con quesito.
−Mil pesitos mijo.
Uno, dos tres mordiscos consecutivos y… Mesas y sillas empiezan
a ser rastrilladas contra el asfalto, suenan metales y vidrios contra el piso, forcejeo, detona
el pánico. Los grupos de personas que comparten han reaccionado como gallinas
asustadas, corren, una ola de movimientos bruscos se expande desde ambos
extremos de la acera hacia el centro y los clientes buscan la salida por la
calle que da a la estación Hospital del metro de Medellín.
La estructura de la estación se ha levantado en el punto
donde se cruzan la av. Barranquilla y la crr. Bolívar. En la base de la
estación no hay aceras transitables, el terreno adyacente a ella ha sido
sembrado con plantas ornamentales. La estación está circundada por un rompoi (roundpoint) por el cual confluyen las
rutas de transporte público de las zonas norte, occidente y oriente de la
ciudad. Al frente de la estación, en el costado exterior del rompoi, desde hace
ya varios años se han instalado poco más de una veintena de puestos para la
venta de asados. Allí la atención la brindan mujeres y hombres jóvenes y
adultos. Las aceras sobre las cuales están los puestos de trabajo están en zona
comercial, no hay viviendas cerca. Allí se reaviva un extenso sector deprimido
de más de una docena de cuadras oscuras y azarosas bajo el viaducto elevado del
metro desde la Plazoleta de Botero hasta el cementerio San Pedro.
Faltaban algunos minutos para las diez de la noche cuando
varios camiones, atiborrados con personal de Espacio Público y policía, arribaron
al tiempo camuflados entre el transporte público y particular. Los sujetos de Espacio Público descendieron de los
camiones, “ahora si fue, ahora si fue” gritó alguien, y empezaron por halar con violencia los asadores. Carnes, chorizos,
arepas, quesitos, todo tipo de alimento fue a parar al suelo. Los y las venteras
se aferraban a los fogones y forcejeaban, tratando de salvar los productos
empacados, las cajas de gaseosa y demás artículos de trabajo. Mientras tanto otros
sujetos de Espacio Público
aprovechaban para amontar en los camiones algunas sillas, mesas, cajas de
gaseosa y todo lo que pudieran tirar adentro.
Agentes de la policía propinaban "sutiles" golpes de macana a los
trabajadores para que soltaran los fogones y les dominaban con llaves
contorsionándoles la nuca, los brazos, las muñecas, las manos… Más de setenta
hombres entre Espacio Público y
policía hacían parte del operativo contra los vendedores. El forcejeo empezó a
migrar a confrontación. Superados en número, hombres y mujeres trabajadoras,
con el rostro desfigurado en gestos de ira, estupefacción, confusión e
indignación, procuraban quitarse de encima a quienes les dominaban, devolvían
golpes a mano limpia que nunca habrían equilibrado las fuerzas. La defensa les
fue triplicada a macanazos, pedazos de sillas y mesas quebradas surcaban el
aire, los tipos de Espacio Público se
montaron a los camiones con botellas de gaseosa volando hacia ellos mientras
los agentes de policía, que estaban concentrados en el extremo oriente de la
acera, entraban a chocar con el resto de trabajadores y a la vez llegaron
por el costado occidental una serie de agentes del ESMAD.
Puf, puf, prrrruufff, puf… disparos de perdigones
dispersaron la multitud de vendedores y vecinos acumulados en la trifulca.
Algunas personas tosían y decían sentir piquiña en el rostro, otros señalaban que el ESMAD
había esparcido algún gas. Cuando la multitud empezó a aglutinarse de nuevo
cerca del sector, un agente del ESMAD detonó su arma al aire, el estruendo del
disparo, menor al de una bomba aturdidora, dispersó definitivamente a los civiles.
Los trabajadores continuaron recogiendo lo que quedaba.
Suelto el nudo, se notó con mayor claridad la magnitud
del operativo. En el lugar habían una serie de personas con chalecos azules de
la Personería de Medellín (Derechos Humanos) haciendo registro de video y
fotográfico. Un policía de casi dos metros de altura tenía un leve corte en el
rostro donde un sujeto del ESMAD le estaba poniendo una especie de curita. Muchos de los trabajadores,
hombres y mujeres, tenían bultos en algunas partes del cuerpo, hinchazones y
heridas redondas causadas por los perdigones; uno de los venteros mayores tenía
una
cortada profunda y de varios centímetros atravesada a la
mitad de la frente sobre la ceja izquierda, la sangre le cubría parte del
rostro, él caminaba y discutía a diestra y siniestra:
−¡Nosotros aquí estamos es trabajando y vea como me
volvieron! −les gritaba entre adolorido e indignado. Una señora, su aparente compañera emocional y de trabajo, caminaba
tras él con gesto de preocupación, le decía que se fuera para el hospital o
para la fiscalía:
−¿Por qué no se les meten a los que sí tienen con qué
responderles pues? -gritó un señor.
−O si no vea,
ahí está, esa es la guerrilla de Santos vea −dijo otro algo confundido.
Los oficiales procuraban ignorar sin dejar de estar
atentos a su rededor; a un muchacho joven le pendían las lágrimas de los ojos,
su sollozo casi inaudible era una mezcla de dolor y rabia, se miraba el brazo
derecho que como péndulo le colgaba sin fuerza, cerca del codo se le notaban un
par de hematomas que simulaban una fractura, en el dorso del brazo tenía una
cortada de unos siete centímetros y en el antebrazo izquierdo tenía otro rallón
un tanto menor, el cuerpo se le quejaba con pequeños movimientos. Entonces, de
entre un grupo de oficiales, salió corriendo uno de los adultos trabajadores, policías
y ESMAD le arrojaron golpes al hombre qué, más que esquivar, recibía en la
carrera con tambaleante equilibrio, uno, dos brincos y un policía le atravesó una
patada en las piernas y seguido le propino un empujón que lo arrojó contra el
capo de un vehículo detenido al lado de la acera, varios policías le cayeron
encima, una señora con delantal y un muchacho se aferraron al cuerpo del hombre
golpeado. Al joven lo apartaron entre dos oficiales; tras arrastrar al
trabajador y a la mujer que tenía asida al cuerpo hasta una patrulla, ella cayó
al piso y se quedó allí tendida sobre su costado derecho ante la mirada de los
demás policías y la cámara del agente del ESMAD que desde hacía rato grababa algunas
acciones y los rostros de todo el que estaba en el lugar. Al hombre lo metieron
en el carro y se lo llevaron, otras compañeras en delantal se acercaron a la
que estaba en el suelo y la ayudaron a levantarse.
Un joven muy robusto de casi un metro ochenta de estatura
apareció por una calle contigua, se acercó y le habló directo en la cara a uno
de los agentes de policía de mayor edad y menor estatura que él, varios
policías jóvenes un poco más altos que su superior, se pusieron entre el agente
y el primer hombre empuñando sus macanas, al instante otro par de muchachos también
robustos reforzaron la posición del primero. Oficiales y muchachos confrontaron
sus barrigas al propio estilo del careo de colegio y después de susurrasen
mutuamente sonidos, que al unísono parecían gruñidos, se distanciaron sin
acción alguna de las partes, dejando por medio las miradas.
Otro joven que la policía había cogido unos minutos antes,
volvió a aparecer al lado de un muchacho que tenía el cabello brillante de
sangre y la camisa empapada, se sentaron distanciados del tumulto de policías. Una
de las compañeras de trabajo les insistía en que se fueran para el hospital y
luego a la fiscalía, ambos se mostraban entre aturdidos, impotentes y
consternados: movían la cabeza hacia uno y otro lado, sus manos estaban ahora
en la cabeza, ahora en sus piernas, ahora haciendo extrañas figuras en el aire o
tocándose el pecho como acariciándose algún dolor; con la mirada perdida en el
vacío, en el suelo, en los agentes de policía o en los del ESMAD que se habían
formado en línea al otro lado de la calle, en el borde interior del rompoi,
bajo la estación del metro.
A las 10 y 35 pm, en pequeños grupos, trabajadores
recogen los plásticos tirados por el suelo. Quienes aún quedan en el sector murmuran
apreciaciones de la situación y recrean escenas. Algunos venteros continúan al
lado del personal de derechos humanos de la Personería de Medellín. Una
camioneta blanca con placa y marcas OML 578 se parquea al lado del personal del
ESMAD. Desde su interior, en la silla trasera, una mujer que usa una gorra con
un triángulo amarillo por distintivo, toma fotografías en dirección al personal
de Derechos Humanos. Pocos minutos después la camioneta se va. Durante el
operativo la zona estuvo cerrada en un radio de al menos dos cuadras a la
redonda.
La narración compartida obedece a los hechos sucedidos el
viernes 29 de octubre en Medellín en el costado sur-oriental de la estación
Hospital del metro, sin embargo el operativo abarcó todo el rompoi hasta el
costado nor-occidental.
Esta semana los venteros y los asados han vuelto a sus
lugares. El ambiente es extraño, será quizá por haber presenciado lo sucedido
que así lo percibo, pero la jovial jocosidad ha sido reemplazada por una
extraña tensión, por la expectativa, los trabajadores están alerta.
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