Carnaval de Ríosucio: el poder de joder al poder

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Por Simón Ramírez, Foto: San Jacques

El miércoles 9 de enero a las 12 de la noche  el diablo Riosuceño de mirada lasciva y burlona estalló con toda su pólvora frente a la mirada que curiosos y propios le dirigíamos; la diabla (esta sin pólvora) se inflamaría también aunque sin prisa y por partes. El primer muñeco era el oficial, mientras que la segunda la había hecho un combo de amigos y vecinos a los que les dicen los 30. Al primero lo custodiaban unos boinas verdes dándole la espalda en un gran recuadro de vallas publicitarias y mirando con sospecha al público. La segunda, por su parte, se mezclaba entre la gente; algunos hasta se subían en ella y movían sus manos o fingían sobar sus senos con desparpajo.

Hace unos minutos había pasado el cortejo fúnebre rodeando la plaza de la Candelaria: se velaba desde ya  al diablo con el único recorrido lacónico y triste entre tantas marchas de alegría y color que había tenido el carnaval de Riosucio. La junta del carnaval había soltado sus últimos versos en una tarima augurando los dos años venideros, reflexionando y llamando a pervivir el fuego de la crítica y la burla, de la sátira y la creación.

El carnaval es una manifestación cultural de enmarañado desentrenamiento en su simbología. Los actos litúrgicos, pregones y llamamientos se difuminan en una leve niebla entre la burla y la gravedad de saberse llamados a celebrar la vida. Todos los oficiamientos, como los conjuros del amanecer y el atardecer al guarapo, el enterrar la totuma en la tierra, las recitaciones de los matachines  y las cuadrillas son de una riqueza artística, literaria y cultural tremenda.

Podría uno decir, tal vez como foráneo del pueblo, que en esta fiesta se ven reflejados muchos de los sentires populares que no tienen cabida en otros tiempos y espacios .No nos olvidemos que como tiempo dislocado o mundo de cabezas, la figura de los carnavales nace en la Edad Media como un punto de fuga y una ruptura con todo el orden establecido. Por unos días al obispo, ni al alcalde o al corregidor se le teme, si no por el contrario: se le encarna para rebajarlo a la ruindad y mofarse de su gravedad fingida. Es el poder de joder al poder. La forma de manifestar y decir lo que en otro espacio no se puede decir. Encarar al alcalde ladrón y borracho, hablar de las obras que no cumplió, negarle la entrada a las multinacionales explotadoras, denunciar el podrido orden de la politiquería, fueron algunas de las acciones de las cuadrillas.

El sábado anterior había sido destapado el diablo muy temprano. El misterio de saber cómo resultaría este año, se rompía por fin; había un agolpamiento en las  calles más importantes que rodean el pueblo. Los abanderados, los matachines y la junta carnavalesca (con sus jerarquías) encabezaban el desfile y la frontera entre espectadores y actores se rompía en el disfraz y la máscara. A todos nos rodeaban los calabazos y el guarapo, la bebida alcohólica tradicional que se repartía para celebrar la vida carnal y para celebrar la tierra.

Antes o después de pasar el espectador podría unirse al recorrido y darle la bienvenida a este diablo al que se teme y ama. Un diablo que no tiene que ver totalmente con el cristiano, pues  no es la encarnación del mal totalmente aunque sí tal vez la del exceso. Una emanación-representación de la alegría y picardía. Y como el cristiano, de la rebeldía y la carne.

Como el tiempo del carnaval es el del trocamiento y la dislocación, las noches son para vivirlas despiertos hasta bien entrada la mañana, mientras que el días se descansa más de lo usual. Sin embargo, no todo es desenfreno en el mareo y la ebriedad. La reivindicación constante de la tradición guarapera, musical y gastronómica por solo nombrar 3 aspectos, dan cuenta del interés de esta celebración por actualizar el pasado, engrandeciendo la tradición en el presente. Y decir presente es decir vida que aún no se va pero también padecimiento. Por lo mismo las cuadrillas, que son los colectivos que traen las letras, establecen manifestaciones políticas, de cambio social o conciencia ambiental, interviniendo y denunciando el podrido y ordenado estado de cosas. Quitarle al carnaval estas posturas es deshilvanarle su madeja, y apenas colorearse de vistosidad y exotismo.

Para algunos Riosuceños también es lo contrario. La llegada del carnaval es el lugar para la huída, considerando la cantidad de gente que rodea y merodea el parque o las mangas o los barrios. Esperan a que esta energía desbordada, que mal que bien resulta citadina y no tan orgánica como en un tiempo lo fue, desaparezca. Esperan a que se limpien las calles de la orina de borrachos, las basuras en los poteros y el bullicio atronador de tantos días de farra.