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Indígenas Embera Katío son desalojados de sus hogares en plena pandemia en Medellín

WhatsApp Image 2019 12 05 at 10.37.39 PMPor Jandey Marcel Solviyerte / Foto: Carlos Orlas

Ni siquiera en tiempos de pandemia los indígenas colombianos están a salvo en su legítima tierra. Perseguidos desde hace más de cinco siglos tuvieron que ceder terreno ante los invasores europeos que llegaron no solo con la cruz y la espada, sino además con toda clase de enfermedades como la gripe, la sífilis, la tuberculosis, la caries, entre otras muchas, que hicieron una diezma poblacional indígena sin precedentes en el continente, matando a cerca de 70 millones de nativos, según el historiador Hermes Tovar. Abandonar los templos ceremoniales y las grandes ciudades fue una de sus tácticas de supervivencia, adentrándose en las selvas y en los montes agrestes evitando el contacto físico con los occidentales. Sin embargo, a medida que la conquista fue consolidada y la colonia se instauró en el Nuevo Mundo, las empresas de los europeos y, con posterioridad, de sus descendientes blancos nacidos en América, obligaron cada vez más a los pueblos originarios a seguir adentrándose  en la geografía quebrada y lejana, bajo condiciones de pobreza extrema e inequidad.

Tal es el caso de los indígenas de la etnia Embera Katío, que a través de los siglos fueron replegándose del nudo del paramillo, su territorio ancestral, hacia el golfo de Urabá y hacia otras latitudes, haciendo de la selva chocoana su nuevo hogar. La conquista de las tierras calientes a finales del siglo XIX y a principios del XX, los llevó a trasladarse al Tapón del Darién y a territorios del Baudó y del San Juan, en el Chocó, donde permanecieron ocultos de la mirada y persecución occidentales por pequeños lapsos de tranquilidad. Otros grupos de la misma diáspora se instalaron en los departamentos de Antioquia, Córdoba, Chocó, Caldas, Risaralda y Putumayo, e, incluso, más allá de las fronteras, en Panamá y en Ecuador.

Hoy día, los habitantes de la selva chocoana viven entre el fuego cruzado de fuerzas regulares del gobierno, paramilitares y guerrilla que se enfrentan en una disputa que parece no tener fin en territorio de los Embera Katío. De ahí que muchos tuvieron que huir a Medellín, lejos de su selva madre, desplazados por la violencia desatada por la guerra que durante más de 56 años vive la sociedad colombiana. En la ciudad han tenido que vivir de la mendicidad y de la caridad pública, es decir, de casi nada, viéndose degradados en las aceras y calles de un paisaje de cemento que los repele y los aniquila, fuera de su ámbito natural. Niños y mujeres con carteles pidiendo para el sustento diario, mientras que algunos de los hombres se emborrachan y aprenden los vicios de los habitantes de los extramuros de la ciudad.

En el barrio Colón, sector de Niquitao, se concentra la mayoría de indígenas Embera Katío, víctimas de desplazamiento por el conflicto armado, en cinco inquilinatos que deben pagar a diario, y donde ni siquiera tienen garantizados sus derechos, cocinando en fogones de leña, absorbiendo el humo que les causa afecciones respiratorias, en condiciones de hacinamiento e insalubridad que hacen a esta comunidad vulnerable a todo tipo de enfermedades, abusos y atropellos por parte de arrendatarios, de la ciudadanía en general y, aun con todo y los programas hechos para cumplir estándares, por parte de la institucionalidad. 35 familias con un promedio de 170 personas viven en el culo de la ciudad, y en Medellín a nadie le importa.

Como si fuera poco en su condición de víctimas revictimizadas, ayer 11 de abril de 2020, en pleno auge de la pandemia causada por el COVID 19, nueve de estas familias fueron desalojadas de sus viviendas de uno de los inquilinatos ubicado en la Carrera 44 # 42-69, diagonal a la Institución Educativa Héctor Abad Gómez, sede Darío Londoño. Dentro de este grupo hay un total de 23 niños que fueron lanzados junto con sus familiares a la calle, en épocas de lluvias y del virus que avanza por el planeta causando muerte a su paso.  Instituciones como la Unidad de Víctimas, la Secretaría de Inclusión Social, a través de la Unidad de Etnias y el acompañamiento de la Unidad de Niñez, como garantes de la vida, salud y bienestar de las víctimas y de la primera infancia, poco o nada han hecho. Por su parte, la nula reacción de la  Unidad de Victimas, la de Etnias y la de Niñez, quienes arguyen que nada puede hacer sus dependencias ante la difícil situación de desalojo a la que se han visto expuestos los indígenas de la etnia Embera Katío, constituye un acto de omisión estatal.

Gracias a la Corporación Jurídica Libertad y a la presión ciudadana, la Personería de Medellín tomó el caso y los indígenas fueron reubicados, después de varias horas de estar con sus pertenencias en la calle, en un albergue temporal mientras se soluciona su situación. No se puede olvidar que estas soluciones son temporales y si bien por el momento las familias están bajo un techo provisional, las medidas que la Alcaldía de Medellín debe tomar a través de las entidades respectivas, han de ser de carácter permanente y no de coyunturas especiales. Las 170 personas de la comunidad Embera Katío requieren de acciones contundentes que les permitan sobrevivir el exilio obligado al que fueron sometidos por los grupos armados, en condiciones menos precarias y bajo la protección del Estado en su deber constitucional.

Con todo, por su forma de obtención del sustento, por medio del ejercicio de la mendicidad, al día de hoy no tienen con qué comer, mucho menos con qué pagar un arriendo. Se ha hecho entonces evidente la ausencia de estas entidades durante la crisis generada por el coronavirus, ya que los arrendadores de los otros cuatro inquilinatos de igual modo están amenazando con expulsar a las familias que aún se encuentran en ellos. El señor Eliseo Suntuá, líder de los indígenas desalojados en Niquitao, señala: “La Secretaría (de Inclusión Social) lo único que ha hecho es quitarnos de las calles cuando salimos a pedir, nos trasladan a los inquilinatos, nos toman los datos, se toman fotos, pero nunca llegan las ayudas”. Y ante tamaño despropósito aparecen como salvadores y benefactores, publicando en sus páginas de Facebook donde dicen que hacen acompañamiento a estas familias durante la pandemia.

Si bien es cierto que algunas ayudas se han hecho efectivas, como es el caso de las recibidas por parte de la Institución Educativa Héctor Abad Gómez, solo recibieron mercado los niños y niñas Embera que se encuentran matriculados en el grado de preescolar; en suma, unos 9 o 10 niños. Así mismo, en el programa Buen Comienzo, que atiende las necesidades de los infantes menores de 2 años, de un promedio de 30 niños en edad de ser atendidos por este programa, solo a 12 de ellos se les dio mercado, argumentando que son los que se encuentran matriculados en el programa, dejando a los restantes sin la ayuda. Un requisito burocrático en un momento donde debe predominar el accionar humanitario por encima del papeleo.  

Occidente ha traído todos los males y todas las pestes sobre los pueblos originarios de Nuestra América. Y en pleno desarrollo de la tercera década del siglo XXI, bajo la égida de la administración de Daniel Quintero, los indígenas de la etnia Embera Katío, acorralados por la globalización, tienen como único techo el cielo lluvioso y envenado de smog de Medellín, una ciudad desigual que se ufana de ser la punta de lanza del desarrollo y emprendimiento antioqueño y colombiano. Una ciudad que ni siquiera en tiempos de pandemia abandona su carácter xenófobo, olvidando sus raíces ancestrales y sepultando en el cemento de las aceras a cientos de los descendientes de los legítimos dueños de una tierra saqueada sin descanso.

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