Control social y pandemia

12monos5

Por Edisson Guerra/ Cinengaños

 

Mucho se ha hablado de la biopolítica por estos días, concepto manoseado por muchos y tomado a la ligera por otros. El biopoder (el cual no pretendo explicar de manera profunda aquí) es el correlato de la sociedad de control en tanto es prevención y gestión de la vida. Esta actualización en el arte de gobernar de occidente se puede identificar en varios periodos históricos, desde la pastoral cristiana, pasando por el liberalismo y llegando a la modernidad y la contemporaneidad. Coincide, además, en la historia de occidente, con el retorno al hombre como elemento central del discurso y de los saberes; se debe tener en cuenta que se compone de varias tecnologías gubernamentales, el poder disciplinario sobre el cuerpo (la anatomopolítica) y el poder para controlar la vida de una población en tanto especie viviente (la biopolítica); en concordancia con esto, como bien lo muestra Agamben en Homo sacer I, la biopolítica tiene su contracara: una política centrada en la muerte (la tanatopolítica). En este sentido el biopoder (disciplina, control y gestión de la muerte) es alimentado por un espacio de inseguridad constante y de un sentimiento de riesgo. Estas técnicas de gobierno de los vivos y sobre los cuerpos está completamente introyectada en las lógicas de poder político contemporáneo: el encierro, el panoptismo, el castigo del cuerpo, las técnicas policivas y la prevención de una epidemia son elementos que mezclan lo económico, lo médico, lo jurídico y lo político en un constante entramado que parece escapar a la lógica de los más aguzados.

Las medidas adoptadas por China en Wuhan son una síntesis de esto, su gestión contra el Covid-19 mezcla la biopolítica y la anatomopolítica (la disciplina y el control) de forma eficiente: se cierran las calles, se vigila a cada residente en cada zona de la cuarentena, se aseguran que haya internet, que la gente sepa donde anda el virus, se contabilizan muertos, infectados y población en peligro; pero, también, se previenen de la enfermedad evitando el saludo utilizando tapabocas, se auspicia el teletrabajo y se introyecta el policía (autocuidado). Esto busca dos objetivos esenciales, que la población no se contagie y que el contagiado sea aislado, separándolo de la población. Es curioso que estas medidas gubernamentales no se hayan tomado de este modo en Italia, en España, en Estados Unidos y en Colombia, pues, a sabiendas que el Covid-19 avanza de forma rápida, las medidas se volvieron insuficientes. Pero, mientras esto ocurría en Wuhan, los medios de comunicación promovían el sentimiento de inseguridad, inoculado así el discurso de pánico en la población mundial, discurso que abre el panorama al momento actual.

Mucho se ha hablado de si fue creado, de si hace parte de un plan gestado por la élite mundial, pero, esto no es más que conspiranoia, aunque permite identificar las dudas que las personas tienen sobre la gestión de la vida por parte de los estados. Las medidas exiguas y torpes de Duque, por ejemplo, pone en evidencia algunas hipótesis y hechos vistos en esta contingencia: los que más sufren son los inmigrantes, los sin techo, los vendedores ambulantes y los pobres, así, ante esta crisis se habla1 de despidos masivos de obreros y de conflictos con los trabajos (Ecopetrol despidió 1500 personas en Barrancabermeja, denuncia la USO). Al ser un gobierno que no aplicó las medidas preventivas, arroja a la muerte a parte de su población siendo contados en las estadísticas “normales” y dejándolos a la suerte de lo que pueda pasar. Es esa vida desnuda y abandonada la que sufrirá los problemas de una política de la muerte destinada a los contagiados y los “extraños peligrosos”. De seguir así, los pobres trabajadores asalariados estables bajarán a los subsuelos de la nuda vida de la periferia. En Colombia, la muerte del extraño, del otro, del desconocido, es un acto que puede llegar a chocar pero que se olvida fácilmente, pues son vidas lejanas sin interés inmediato para el sujeto común que tiene que vivir en un espacio dotado de peligros.

Ante estos hechos de malestar social y de indeterminación, no hay elemento más necesario para el funcionamiento del poder económico-político que el control. Justamente en las protestas que se venían adelantando en el marco del paro del 21N se evidenció un avance tecnológico en “gestión del riesgo” y en la vigilancia: drones, cámaras de seguridad con teleobjetivos, identificador de rostros y pantallas conectadas a un centro de mando que, con la ayuda del helicóptero que graba video y emite sonidos de órdenes, se configura un estado de vigilancia constante mucho más actualizado. La foto de Daniel Quintero sentado al frente de las pantallas es un reflejo del reajuste en las técnicas de gobierno y del biopoder de la alpujarra. Si a esto le sumamos la cuarentena, lo que tenemos como resultado es un Estado de control biopolítico que puede llevar a fortalecer intereses económicos y estratégicos aprovechando el estado de miedo, conmoción y ansiedad irracional de las personas. No es de extrañar que la perfidia de la economía neoliberal saque provecho del caos.

Veamos un caso concreto de esto. En el decreto 444 que gestionó Duque para la contingencia, queda explícita, en el artículo 3 de este mandato presidencial, la intención de ayudar a la liquidez de los bancos en tiempos de la pandemia, utilizando los fondos públicos de las FAE (Fondo de Ahorro y Estabilización) y el FONPET (Fondo de Pensiones Territoriales). El FONPET tiene 50 billones de pesos y el FAE 10 billones de pesos2, ambos surgen de las regalías y de ahorros y lo administra el banco de la república en dólares. Este empoderamiento de los capitales por parte del ejecutivo impide que las alcaldías y gobernaciones destinen esos recursos para las necesidades hospitalarias y, así, poder alivianar los problemas en el sistema de salud para contener el avance del virus y prestar servicio médico a los enfermos en la contingencia. Si bien no todos los fondos van a parar a los bancos, sí abre el camino a la privatización de una parte de estos recursos de las pensiones, cosa que el ministro Carrasquilla, como alfil del Centro democrático viene proponiendo de tiempo atrás en el congreso siendo uno de los planes de este partido. De esta crisis, al menos en Colombia, los bancos serán los más beneficiados y, parafraseando a Marx, en tiempos de dificultades unos capitalistas terminan perdiendo y otros ganando terreno y creciendo y junto a los perdedores se hundirán más en la miseria a los abandonados ¿A quién le servirá entonces económicamente esta pandemia? Por el momento, la respuesta es: a los bancos. Falta ver qué empresas están acrecentando sus ganancias.

Volviendo a las medidas de control social, es necesario hacernos varias preguntas ¿Se podrá decretar un toque de queda de estas características en el futuro? ¿Cómo se comportó la población? ¿Se acostumbraron a estas medidas de cuarentena las personas? ¿Cuántos problemas mentales salieron a flote y cómo se gestionaron? ¿Cómo se utilizó la policía y los aparatos de inteligencia del Estado? ¿Hubo rebeldías, caos? ¿Fue eficiente la reacción gubernamental? Estas medidas de control social buscan de fondo la normalización de la excepción, entre normas y decretos que confunden a los espectadores expectantes en cuarentena. Esta contingencia es un generador de datos (comportamientos sociales, experimentos de disciplinariedad, confinamiento y control) y los datos son la moneda de cambio más importante en estos momentos. Tal vez el virus se vaya, y a su paso cargue la muerte de millares, pero después de esta situación las condiciones no van a ser las mismas, algo se rompió ya, el problema es que no sabemos hacia dónde se desgarró la cuerda; pero, los datos recopilados y toda la información ayudarán a la gran máquina gubernamental de control en un futuro ya que la contingencia es explotada política y económicamente. En el mismo sentido, las relaciones humanas serán distintas tras estos acontecimientos, pues se fortalece la idea del otro como un contagiado-peligroso en un medio en el que la excepción se convierte en regla y por más críticos que seamos, en ocasiones dirigimos la mirada al chivo expiatorio.

Las revueltas en las cárceles de los últimos días dejaron 23 muertos y 83 heridos (según medicina legal), este hecho permite ver lo que Agamben llama la vida desnuda (nuda vida) que habita los espacios de excepción, vidas que están destinadas a una norma fuera del marco constitucional y a la que se les puede dar muerte sin ningún castigo ‒como efectivamente pasó en los centros penitenciarios‒. En una entrevista, el autor italiano dice, respecto a la pandemia que “Es evidente para mí que los italianos están dispuestos a sacrificar prácticamente todo, las condiciones normales de vida, las relaciones sociales, el trabajo, incluso las amistades, los afectos y las convicciones políticas y religiosas ante el peligro de contaminarse. La nuda vida no es algo que una a los hombres, sino que los ciega y los separa”3. Este es el culmen del pensamiento neoliberal, el hombre egoísta, trabajador que se forma para ser idóneo en las condiciones actuales de trabajo, que ve en el otro un enemigo y un extraño virulento. Lo que hizo la pandemia, en parte, fue aflorar estos sentimientos de la ética competitiva y egoísta que nos ha formado en las últimas décadas.

Aunque hay que decir que esto no son procesos homogéneos, por el contrario, también han aflorado sentimientos de solidaridad en las redes sociales, en la calle y en la red de relaciones humanas. El Covid-19, como lo ha dicho Zizek4, es una oportunidad para cambiar el sistema capitalista mundial, ello exige transformaciones profundas y nuevos rumbos en pro de la comunidad, permitiendo una solidaridad creciente mundial ante los corrompidos Estados nación, momento traumático puede ayudar a formar una conciencia planetaria más humana que obligue de manera imperante a que los sujetos sean más activos y resistentes ante las medidas de control improvisadas y explotadas de manera favorable por intereses particulares; no obstante, es difícil en tanto encerrarnos y protegernos de los “peligros”, en la gestión actual, es el camino al individualismo puro y el tránsito a la soledad existencial de un yermo arenoso. Burroughs5 expone la idea simple de que el control necesita resistencia para operar, pues solo se controla lo que se resiste, lo que tiene un margen de libertad y es ese margen el que se debe abrir en tanto se cuestionen las medidas de control biopolíticas. “Ciertamente, los sistemas inmunitarios son necesarios, ningún cuerpo individual o social podría evitarlo, pero cuando crecen desmesuradamente acaban por conducir a la completa explosión del organismo6”.

 

2 Tomados de La silla vacía.

6 Esposito, R. (2009). Comunidad, inmunidad y biopolítica.